El arte es esto para mí, para esta niña vieja que hoy soy. Es esta realidad imaginada que inevitablemente existe en un mundo creado por uno para sobrevivir explicándose inexplicables, es la emoción misma dibujada, declamada, escrita, meciéndose bajo nuestra piel y en última instancia, exhibida y compartida, en este espacio, hoy ante ustedes.
Bienvenido/a a este tambaleante vaivén de mi oscilografía.


lunes, 24 de mayo de 2010



eMBARAZO


Ayer tuve un sueño. Todavía no sé como clasificarlo. Estaba en una casa bastante vieja, que creo en ese momento era mi casa nueva. Era una de esas casas ruidosas que dan miedo. Yo estaba convencida de que había algo. Lo sentía, lo escuchaba y hasta lo olía. Sólo faltaba verlo para poder creerlo diría Santo Tomás. Se lo contaba siempre a dos amigas con las que podía hablar de cosas "raras", y sin pelos en la lengua como vulgarmente se dice. Todas las conversaciones que teníamos al respecto terminaban en risas pero poco a poco empezaron a mirarme diferente. Había algo que estaba cambiando en mí, en las cosas, en la gente. Una mañana cualquiera en la que me encontraba sola, como casi todas la mañanas, sentí que alguien me miraba mientras daba vueltas la casa, al mismo tiempo que la limpiaba. En un momento dado decidí quedarme quieta y escuchar. Fuera se oía el canto de los pájaros. Los famosos pitogues que siempre me perseguían y más ahora, porque iba entrando en el tercer mes de embarazo. Los cambios que iban produciéndose en mi cuerpo eran los únicos visibles y palpables. Fea manía la de no separar el tocar del ver.
Empecé a hablarle o a hablar sola como después dirían. Dirigía palabras lindas a aquello. A esa energía que a lo mejor era sólo la ansiedad que mes tras mes me iba consumiendo. La mayoría de las veces le hablaba como si fuera una criatura, pidiéndole que no me tema, repitiendo (más para mí que para ella) que yo era buena, capaz de cuidarlo y quererlo.
Una tarde encontré unos juguetes sucios en lo alto de un placard. Eran dos cochecitos y una pelota de goma desinflada y ennegrecida. Definitivamente eran los juguetes de un niño. Esa misma noche me costó conciliar el sueño y una pandilla de gatos calentones terminó por despertarme definitivamente. Preparé un té y agarré el periódico de días anteriores. Pensaba resolver el crucigrama o entretenerme con los clasificados. De repente escuché un grito e instintivamente y con el corazón dando brincos lo seguí. En un rincón de la habitación había un niño. Lloraba cubriéndose el rostro. Sus cabellos eran grises, pero tenía el rostro y el cuerpito de un niño de dos años. Al verme esbozó una sonrisa torpe y corrió a abrazarme fuertemente. Respondí con otro abrazo y así estuvimos alrededor de 30 minutos. Ambos llorando y apretándonos uno contra otro. Luego de esa noche mi vida verdaderamente cambió. Puesto que sólo lo veía en las noches, aunque pudiera sentirlo todo el día. Dormía durante el día para estar despierta en las noches y poder cuidarlo. Terminaba desmayada de cansancio y con él en brazos cada amanecer, para volver a despertar sola. Nadie podía creerme porque nadie más lo veía. Y era tan hermoso aunque no pronunciara palabra alguna. Dejé de salir y tener contacto con la gente porque me creían loca.
Finalmente llegaron los ocho meses de embarazo acompañados de ciertas complicaciones. El médico tuvo que obligarme a un reposo absoluto, por lo que tuve también que aceptar compañía. Mi hermana dormía a mi lado tres a cuatro veces por semana. El resto de los días me acompañaba el padre. Ese último mes fue espantoso. La angustia me oprimía el pecho y no hacía más que llorar pensando que nunca más iba a volver a verlo. Sentía roto el corazón y me aterraba la idea de no poder sentir lo mismo por el bebe que venía.
Una noche, apenas dormida mi hermana, me levanté y comencé a buscarlo por toda la casa.
- ¡Niiiiiitooooo, nitoooooo! (de nenito).
Estuve una hora dando vueltas por la casa hasta que un fuerte calambre logró doblar mi cuerpo y no tuve más remedio que tirarme al sillón llorando. Enjugando mis lágrimas ví al niñito sentado a mi lado, agarrándose fuerte a mi vientre hinchado y dolido.
"No llores mamá" me dijo y sentí que todo daba vueltas.
Desperté en el hospital junto a mi hermana. Una enfermera estaba preparándome para ingresar al quirófano.
- ¿Sabes cómo se va a llamar? - me preguntaron.
- Jano, les dije.
- ¿Y si es nena? preguntó mi hermana.
Debido al tiempo ocupado en Nito no había podido ni querido realizarme las debidas ecografías.
No, respondí. Va a ser un nenito.
Nunca más apareció.
Y termino por nacer una hermosa y encantadora nena.

1 comentario:

  1. a veces entreveo una escritora venida de un pais extraño donde las mujeres se comunican con sonrisas y meriendadn flores alucinogenas al atardecer

    ResponderEliminar