El arte es esto para mí, para esta niña vieja que hoy soy. Es esta realidad imaginada que inevitablemente existe en un mundo creado por uno para sobrevivir explicándose inexplicables, es la emoción misma dibujada, declamada, escrita, meciéndose bajo nuestra piel y en última instancia, exhibida y compartida, en este espacio, hoy ante ustedes.
Bienvenido/a a este tambaleante vaivén de mi oscilografía.


sábado, 6 de febrero de 2010



lA MUJER MECEDORA (1ER PERSONAJE)


Como todos sabemos hay distintos tipos de mujeres o por lo menos la famosa frase de que “todas son iguales” no está tan gastada como la del sexo opuesto.
Siempre me gusto distinguir y destacar esas diferencias como si todas fuesen realmente admirables. Un día normal, pensando en estas cosas, me sentí capaz de crear un “ídolo mujer” mucho más grande que todos mis ídolos, que por cierto son todos hombres, y dejar de pensar como siempre lo hago cuando me hablan de ídolas, en mi propia madre y hasta en la suya, mi abuela. Creo que eso es algo que a todas nos pasa, y no por falta de grandes mujeres sino justamente por las “grandes diferencias” que existen entre nosotras que hacen variar de forma asombrosa el significado de la palabra “grandeza”, por poner algún ejemplo. Fue así como llegué a la conclusión de que esa “ídola” podría hasta ser yo misma sin la necesidad de esperar a tener una hija que piense como yo y de paso a través de mi propia imaginación alimentar mi ego hasta que se sienta empachado.
Como es normal (creo) analicé mis virtudes haciendo a un lado todos mis defectos, a quienes más tarde, después de un esfuerzo inmenso por embellecerlos los pase al otro lado, el de las virtudes, cambiando incluso un sinfín de veces mi propio concepto de lo correcto e incorrecto para que todo resultara a mi favor, obviamente. Después de un tiempo, al principio con espanto y ahora con tremenda satisfacción no sólo inventé una ídola sino que termine convenciéndome de que estaba escondida en mi. Una mujer común y corriente pero capaz de dar vuelta el mundo por el sólo hecho de no admitir imposibles (entre ellos el estar equivocada). Esto podría tomarse por defecto ¿ven?. Pero yo he decidido aceptar que es un mecanismo de defensa y tomarme el atrevimiento de usarlo (ya que es mío) para mi propio placer, cambiarle el nombre y por lo tanto de género (de “el” mecanismo” a “la mujer”), convertirla en un personaje, que me ayude a convivir con mis pecados, pudiendo así cargar a mis errores y contenta y feliz ir hacia delante y atrás y seguirlos meciendo.