El arte es esto para mí, para esta niña vieja que hoy soy. Es esta realidad imaginada que inevitablemente existe en un mundo creado por uno para sobrevivir explicándose inexplicables, es la emoción misma dibujada, declamada, escrita, meciéndose bajo nuestra piel y en última instancia, exhibida y compartida, en este espacio, hoy ante ustedes.
Bienvenido/a a este tambaleante vaivén de mi oscilografía.


lunes, 24 de mayo de 2010



mIRADA ADULTA HE’I CHUPE

(o breve discurso de la mujer mecedora)

Querido lector, amigo, pariente, hermano: ¿Cómo explicarte lo que siento con todo esto? Cómo contarte que es mi vida puesta en vidriera, que es mi último acto desesperado por salir de este círculo de baba que aprieta y ahoga, que veo viene de antaño adornado de abuelas, madres, hijas, sobrinas, nietas ¿y porque no? abuelos, padres, hijos, sobrinos, nietos ¿cómo se hace para escapar de tanto cuento repetido? De ese Shhhhhh!!! No hay que hablar de esas cosas!!! Que viene de los demás… De ese Shhhhhh!!! No es cierto, no es cierto, de uno mismo…

Y bueno, el arte es esto para mí, para esta niña vieja que hoy soy. Es esta realidad imaginada que inevitablemente existe en un mundo creado por uno para sobrevivir explicándose inexplicables, es la emoción misma dibujada, declamada, escrita, meciéndose bajo nuestra piel y en última instancia, exhibida y compartida hoy ante ustedes que no verán lo que yo veo, que no buscaran lo que yo busco, que no quedaran con lo que quedo. ¿Por qué? Porque sí. Y así como más difícil que perdonar es perdonarse, hoy me encuentro en una muda de piel que sé, es necesaria. Me llego la hora de crecer, de matar a estos personajes, de sacarme el disfraz y/o armadura empezando por ella, mi mecedora tan querida y odiada. Mi única musa inspiradora. Mi amiga y enemiga de tantos años. La testigo palpable de mis más horribles tambaleos, del dulce vaivén de mis pecados, del oscilar de mi alma siempre en extremos opuestos. La encargada de que estos hayan dejado un registro a través del movimiento en mí…
en mi piel…
en mi cuerpo.
Opa la función.
Hoy me quedo quieta y me reconozco.
¿Soy yo?



eMBARAZO


Ayer tuve un sueño. Todavía no sé como clasificarlo. Estaba en una casa bastante vieja, que creo en ese momento era mi casa nueva. Era una de esas casas ruidosas que dan miedo. Yo estaba convencida de que había algo. Lo sentía, lo escuchaba y hasta lo olía. Sólo faltaba verlo para poder creerlo diría Santo Tomás. Se lo contaba siempre a dos amigas con las que podía hablar de cosas "raras", y sin pelos en la lengua como vulgarmente se dice. Todas las conversaciones que teníamos al respecto terminaban en risas pero poco a poco empezaron a mirarme diferente. Había algo que estaba cambiando en mí, en las cosas, en la gente. Una mañana cualquiera en la que me encontraba sola, como casi todas la mañanas, sentí que alguien me miraba mientras daba vueltas la casa, al mismo tiempo que la limpiaba. En un momento dado decidí quedarme quieta y escuchar. Fuera se oía el canto de los pájaros. Los famosos pitogues que siempre me perseguían y más ahora, porque iba entrando en el tercer mes de embarazo. Los cambios que iban produciéndose en mi cuerpo eran los únicos visibles y palpables. Fea manía la de no separar el tocar del ver.
Empecé a hablarle o a hablar sola como después dirían. Dirigía palabras lindas a aquello. A esa energía que a lo mejor era sólo la ansiedad que mes tras mes me iba consumiendo. La mayoría de las veces le hablaba como si fuera una criatura, pidiéndole que no me tema, repitiendo (más para mí que para ella) que yo era buena, capaz de cuidarlo y quererlo.
Una tarde encontré unos juguetes sucios en lo alto de un placard. Eran dos cochecitos y una pelota de goma desinflada y ennegrecida. Definitivamente eran los juguetes de un niño. Esa misma noche me costó conciliar el sueño y una pandilla de gatos calentones terminó por despertarme definitivamente. Preparé un té y agarré el periódico de días anteriores. Pensaba resolver el crucigrama o entretenerme con los clasificados. De repente escuché un grito e instintivamente y con el corazón dando brincos lo seguí. En un rincón de la habitación había un niño. Lloraba cubriéndose el rostro. Sus cabellos eran grises, pero tenía el rostro y el cuerpito de un niño de dos años. Al verme esbozó una sonrisa torpe y corrió a abrazarme fuertemente. Respondí con otro abrazo y así estuvimos alrededor de 30 minutos. Ambos llorando y apretándonos uno contra otro. Luego de esa noche mi vida verdaderamente cambió. Puesto que sólo lo veía en las noches, aunque pudiera sentirlo todo el día. Dormía durante el día para estar despierta en las noches y poder cuidarlo. Terminaba desmayada de cansancio y con él en brazos cada amanecer, para volver a despertar sola. Nadie podía creerme porque nadie más lo veía. Y era tan hermoso aunque no pronunciara palabra alguna. Dejé de salir y tener contacto con la gente porque me creían loca.
Finalmente llegaron los ocho meses de embarazo acompañados de ciertas complicaciones. El médico tuvo que obligarme a un reposo absoluto, por lo que tuve también que aceptar compañía. Mi hermana dormía a mi lado tres a cuatro veces por semana. El resto de los días me acompañaba el padre. Ese último mes fue espantoso. La angustia me oprimía el pecho y no hacía más que llorar pensando que nunca más iba a volver a verlo. Sentía roto el corazón y me aterraba la idea de no poder sentir lo mismo por el bebe que venía.
Una noche, apenas dormida mi hermana, me levanté y comencé a buscarlo por toda la casa.
- ¡Niiiiiitooooo, nitoooooo! (de nenito).
Estuve una hora dando vueltas por la casa hasta que un fuerte calambre logró doblar mi cuerpo y no tuve más remedio que tirarme al sillón llorando. Enjugando mis lágrimas ví al niñito sentado a mi lado, agarrándose fuerte a mi vientre hinchado y dolido.
"No llores mamá" me dijo y sentí que todo daba vueltas.
Desperté en el hospital junto a mi hermana. Una enfermera estaba preparándome para ingresar al quirófano.
- ¿Sabes cómo se va a llamar? - me preguntaron.
- Jano, les dije.
- ¿Y si es nena? preguntó mi hermana.
Debido al tiempo ocupado en Nito no había podido ni querido realizarme las debidas ecografías.
No, respondí. Va a ser un nenito.
Nunca más apareció.
Y termino por nacer una hermosa y encantadora nena.


iGUALITO A LA MAMÁ


Noches de terror… y de las malas. Como las películas de Chuckie, Dolly y todos esos muñecos malditos. Dormir con miedo a algo o mejor dicho preocupada por algo siempre acarrea sueños raros que terminan confundiéndote más, al menos a mi, porque suelo tomarlo todo como una señal. Tengo la estúpida costumbre de creer en supersticiones e incluso inventarlas donde no las hay y por lo que noto de éstas, van a ser transmitidas de generación en generación empañando la objetividad de mi prole. Porque si para mi abuela ya fue así y en una época como la suya, imagínense a mi mamá (que es todo un personaje por lo especial) y ahora a mí. ¿Por qué esta responsabilidad? ¿Terminamos siempre pareciéndonos a nuestras madres? Pero a ellas les pasó lo mismo ¿no? ¿Con quien empezó este plan maquiavélico? ¿En qué consistió en un principio?
Es entendible que con el tiempo el objetivo se vuelva un poco confuso.
Me atrevo a decir que a lo mejor una Señora de nombre Prehistoria (hay cada nombre) o también podría haber sido Eva, despertó malhumorada en medio de la noche por ronquidos, además de ser empujada y al mismo tiempo destapada y haber pasado mucho frío. ¿Vieron que a veces tenes mucho frío y estas muy lejos de tu casa y de repente te entran ganas de llorar? Bueno, imaginen todo esto mezclado con rabia por no poder volverte a dormir, por la falta de consideración y todos esos “mínimos” detalles que Uds. ya conocen o se imaginan; creo que esto bien pudo haber desencadenado en una venganza terrible en contra de la otra especie (el hombre) y fueron años y años de entrenamiento con el único fin de complicarles la vida. Claro, que en ese periodo anteriolítico está mujer no previó un grandísimo detalle o a lo mejor era ignorado por ella, el de que ese “animal extraño” tendría el antídoto perfecto contra su plan. Después de escuchar todas sus recriminaciones decir simplemente:” Sí, mi amor” y seguir durmiendo (a veces hasta roncando como le pasó a esta Señora) pero ya en sintonía con su misma respiración, rodeándole con un brazo el cuello y con el otro la cintura, calentándole la nuca con su aliento y haciéndola dormir calentita bajo su ala; poniéndola en una situación en la que no le queda otra que soltarse, decididamente dejarse ir, empezar a soñar...
Es por eso que esto continúa.
Es un estar conscientes de la necesidad misma que al final es vista como una tradición. Por el sólo hecho de que nos gusta dormir y despertar así, tan simple.
Entonces pregunto al sexo opuesto, hombre, varón, macho: ¿por qué vendernos tequieros cuando estos son sensibles al tacto? ¿no es mejor seguir durmiendo o esperar a que amanezca el día lejos de nuestros miedos? Y aunque los vamos a volver a ver con el sol, caminar ya despacito… de puntas de pie para no despertarnos…