El arte es esto para mí, para esta niña vieja que hoy soy. Es esta realidad imaginada que inevitablemente existe en un mundo creado por uno para sobrevivir explicándose inexplicables, es la emoción misma dibujada, declamada, escrita, meciéndose bajo nuestra piel y en última instancia, exhibida y compartida, en este espacio, hoy ante ustedes.
Bienvenido/a a este tambaleante vaivén de mi oscilografía.


viernes, 5 de febrero de 2010



mI BARRIO (G.H.A)

Para entenderme a mí habría que remontarse a otros tiempos. Habría que volver a esa burbuja que fue (y es) mi barrio. A cuatrocientos y pico de casas, un montón de calles sin salida que se diferencian por los distintos adornos que colocan los vecinos (o colocaban porque andan desmotivados) a sus rotondas: piedras, plantas con flores, un poco de pintura de vez en cuando, pesebres o foquitos en las navidades. Era algo muy divertido dar vueltas y vueltas con la bici alrededor de esas rotondas. En un principio las casas eran casi todas iguales. Había como cuatro tipos de casas que se alternaban sin orden alguno así que no era extraño ir a lo del vecinito y descubrir que en la que es tu pieza duerme su abuela y que comen en la sala, no en la cocina como en tu casa. Casi ninguna casa era de dos pisos y muchas no tenían portón ni murallas. Cómo cambio todo, ¿eh? Ahora encuentro mansiones y creo que todas (a excepción de una o dos por cuadra) tienen dos pisos y hay hasta piletas.
El bosquecito (la placita desde Filizzola) en realidad era un gran baldío con una Iglesia de ladrillos en el medio que hicimos los vecinos. Yo era muy chica pero recuerdo que jugaba mientras otros trabajaban, cosa que hasta ahora me encanta.
La placita está ahora iluminada, la Iglesia tiene un campanario. Antes eran los catequistas los que sacaban una campana y la colgaban por cualquier árbol que la aguantase y tocaban para avisar que había que despertarse para ir a misa los domingos. A las 9 la primera campanada, 9:15 la segunda y 9:30 la tercera. Hay también una cancha de fútbol detrás de la Iglesia, (ahora más decente) bancos y hamacas a un costado y alrededor un caminito de cemento todo iluminado donde los vecinos hacen sus ejercicios (porque el Ñu Guazú queda lejos y además ahora es peligroso). Los amigos, los novios, los enemigos, todos eran del barrio. Las personas que se casaban generalmente lo hacían con algún vecino y terminaban viviendo también ahí, y no crean que por no poder vivir en otra parte sino por comodidad, seguridad, tradición, miedo al cambio o qué se yo, tal vez una mezcla de todo eso y más.
Si yo pudiera volvería al barrio, no me pregunten porqué, pero hay como una atracción, un imán. Claro que eso implica un retroceso en mi forma de ver las cosas y no puedo hacerlo, pero sin darme cuenta me subo a un colectivo hoy, y aparezco (vuelvo), y desde la entrada reconozco cada rincón, cada familia, los nombres de cada perro, los atajos más convenientes, las casas y los horarios de mis amigos (que siguen siendo los mismos) aunque ya sean como dos años o más sin vernos ni hablar más que por teléfono.
Haber sido del barrio o haber tenido una gran amistad dentro de este barrio siempre fue algo especial. No es como con tus compañeros de colegio (y eso que ya eras “grande”) que les preguntas si está trabajando, dónde, si que estudia, si se casó, esas cosas están sabidas de antemano. La vida personal se remonta a las pequeñas actividades que podes hacer en el baño, a puerta cerrada y si no… hasta la familia y amigos viven ahí (son del barrio) y nada se escapa, nada se olvida, nada se perdona.
Estés donde estés ahora, hagas lo que hagas. Los primeros noviecitos, las primeras caricias, los primeros llantos, los problemas, los gritos, las enfermedades. A veces pienso ¿que pasaría con toda esa gente si los echaran a todos? ¿si tuvieran que salir al mundo real?. Se sentirían abandonados y solos, e irían a visitar a sus familiares dentro del barrio y todos estarían pendientes de un “se alquila” o de cómo desocupar o construir una piecita por ahí para que puedas volver, para tenerte otra vez cerca y a salvo, dentro de esa gran burbuja invencible donde te conocen (aunque no les hables) y saben que estas bien (aunque no te vean).
Ser del barrio es como una marca. Como las marcas que se le ponen a las vacas. Hay personas que se quedan ahí, estancadas. No se conoce otra cosa ni tampoco se aspira a algo mejor. Uno termina conformándose con las inundaciones, con los caños rotos, con los colectivos hasta temprano, con lo silencioso y desierto que queda todo apenas oscurece. Antes era otra cosa, claro. La gente no estaba tan mal económicamente y no tenía miedo de nada. Los chicos (mis amigos y yo) hacíamos fogones en la plaza hasta altas horas de la madrugada, inventábamos juegos que incluían a todos y abarcaban toda la zona. A parte de que nos divertíamos haciéndonos compañía y ya. No existía la necesidad de ir afuera, de salir al mundo real a buscar emociones fuertes porque todas estaban ahí adentro, en el barrio-burbuja.
Había incluso 3 cuadernos de tiras cómicas hechas por un par de amigos-vecinos de nombre: “Kilomandos" (I, II y III) en donde nosotros mismos fuimos personajes, inmortales en su mayoría y hasta con superpoderes. Al morir continuábamos luchando como fantasmas o lo que fuere, protegiendo siempre ese pedazo de tierra que era nuestro barrio de invasiones bárbaras y fantásticas.
De un tiempo a esta parte las cosas cambiaron tanto que no es raro que por estar sentado en la placita de noche (que queda en el medio del barrio o sea que a unas cuantas cuadras prácticamente de todo) te lleven preso. Los vecinos llaman al “911” porque les da miedo y ¡plaf! ¡Perdiste alpiste!.
Si estas afuera por algún motivo no es raro de que en cada rincón encuentres a alguien de tu especie. A alguien que lleva tu misma marca. Y ya sabes la rutina: Si nunca fue muy cercano, un saludo por respeto porque al final es conveniente tenerlos de amigos ya que saben todo de vos (o creen saberlo que es aún más peligroso); si alguna vez lo fue, a lo mejor un abrazo, presentaciones y charlas interminables de cómo era todo antes, de lo difícil y aburrido que se puso todo, de que deberíamos de hacer algo al respecto como por ejemplo una reunión, un asado, etc.
Claro que por algún motivo “fue” cercano y no lo sigue siendo, y como ya lo dije antes: “Aquí nada se perdona” y entonces uno termina prometiendo cosas que no va a cumplir y se despide amistosamente. La gente que aun sigue estando cercana es la que va a seguir estándolo toda la vida porque aunque te olvides de llamarlos un mes (o más) al primer plan, están ahí, al primer lagrimón te abrazan, a la primera caída se tiran al piso por no abandonarte y mantienen sentimientos y costumbres que no cambian, y una lealtad tan hermosa y extraña que obliga a hacer propios los problemas y hasta sentimientos ajenos. Es gente a la que queremos entrañablemente como si pertenecieran a nuestra familia y gente que nos conoce tanto que no valdría la pena ni intentar mentir. Este tipo de gente es la que lastimosamente no existe en el mundo real y son las únicas personas que creo pueden cambiar algo. ¿Qué hacen ahí encerrados entonces? ¿Tienen miedo o están preparando una gran rebelión para acabar con toda la frialdad del mundo? Tal vez sea mejor que se queden ahí adentro, que sigan reproduciéndose como insectos y un buen día, ¡Boom!. Rompieran esa burbuja y el mundo entero fuera mi barrio, entonces tal vez yo podría dejar de sentir esta añoranza estúpida por cosas que fueron, que ya no existen y aunque fuera a mudarme de vuelta no podría sentir ya.
¿Pero qué me pasó? A lo mejor crecí y el mundo se transformó en un monstruo al que no hay que mostrar debilidad. No, no, no, no, no, pasa que tengo un barrio nuevo, y la gente que comparte mi día a día está muy cansada y ensimismada como para preocuparse por mi vida, y a veces hasta para saludar.

Me es imposible no extrañar mi infancia y a ese barrio en el que solía jugar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario